martes, 21 de julio de 2015

El trato a la inmigración en la Argentina de fines de siglo XIX


Resumen

El presente trabajo histórico - económico tiene el objetivo de analizar el trato a la inmigración en el último cuarto del siglo XIX, tomando como hecho específico la masacre de los inmigrantes en Tandil de 1872.

A partir de éste hecho particular nos dedicaremos a estudiar las características estructurales de la inmigración del período dado. Sobre esta base investigaremos la estructura económica de los inmigrantes y las manifestaciones políticas que los mismos buscaban, en un contexto en el cual no existía una autoridad estatal con la suficiente centralización y poder necesarios para traer paz a estos territorios sureños, y con un alto grado de reacción y oposición de las poblaciones autóctonas.

En el período de hegemonía británica, el Estado argentino buscaba la atracción de los inmigrantes (plasmado incluso en la Constitución Argentina de la época) para lograr el desarrollo; incluso las autoridades locales tenían un rol sumamente importante en este proceso.

Los fracasos del período indican la falta de éxito en la consolidación de un Estado Nacional argentino. La articulación con la potencia británica, intercambio de materias primas y alimentos argentinos por manofacturas de origen británico, fue por largo plazo causa y efecto de una articulación periférica en el sistema internacional.
Introducción



El proceso inmigratorio puede ser analizado desde diferentes perspectivas. La intención de este trabajo es analizar el trato con los inmigrantes en el período 1862 -1880, a partir del hecho específico de la matanza de los inmigrantes en Tandil de 1872.

La intención es estudiar la superestructura social en la que se insertaban estos inmigrantes, pero esa superestructura no puede ser analizada sin tomar en cuenta la estructura económica de ese grupo en particular y de la sociedad en su conjunto y tampoco puede ser analizado sin tomar en cuenta las manifestaciones políticas de estos inmigrantes, claro esta en un contexto que puede denominarse como de “Organización Nacional”.

El proceso de fragmentación política que afectó a Hispanoamérica debe remitirse a factores externos, ajenos a nuestra realidad colonial. En palabras de Skidmore: “nuestra historia comienza en Europa en el siglo XVII, con la perfilada decadencia española, el imperialismo napoleónico y la hegemonía británica, los procesos claves para entender el origen de la independencia de América”.

También será nuestra intención analizar los conflictos o entretelones diplomáticos que se generaron a partir del hecho delictivo, en particular con la potencia hegemónica del sistema internacional del momento, Gran Bretaña.

La noche del primero de enero de 1872, un grupo reducido de personas al grito de ¡Viva la religión! ¡Mueran los masones! ¡Maten siendo gringos y vascos! Asesinó a un número importante de inmigrantes, cuestión que era difundida en la época, pero lo significativo fue la magnitud.

A partir de este hecho específico denominado la matanza de los inmigrantes de Tandil por el Tata Dios se tratará de ahondar en la realidad cotidiana de aquel período, teniendo como armas de análisis la Constitución Nacional de 1853 y las “Bases” de Juan Bautista Alberdi de 1852.


Antecedentes




La Argentina emergió de la época de Rosas y de la posterior división entre Confederación y provincia de Buenos Aires, discutiendo sobre el pasado (con la marcada influencia del caudillismo[3]) y discutiendo sobre el futuro (con el telón del liberalismo de fondo). Había heredado del pasado una nación de autonomías, un Estado sin Constitución y un territorio disputado entre gobierno nacional, autoridades provinciales y locales; indios, gauchos y terratenientes e inmigrantes.

La imagen era de superposición, sin duda. La superposición de autoridades nos trae la reminiscencia de una época medieval. No se puede discutir que la idea de Estado estaba presente, pero no estaba presente la idea de Estado-nación como es comprendido actualmente.

Natalio Botana, en “El Orden Conservador”[4], defiende la hipótesis que presenta a la formación del Estado-nación y del régimen político que lo hizo manifiesto, como un fenómeno tardío que sucedió a la guerra civil de la década del 1850 y a las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda. Como un fenómeno tardío que tuvo dos rasgos distintivos: la constitución de un orden nacional y la fórmula política. El primero puso fin a los deseos de autonomías regionales, el segundo creó una estructura de poder dándole sentido a la relación mando-obediencia.

La visión de futuro sería ganada por el liberalismo. Para el historiador inglés John Lynch[5], los liberales fueron los únicos que tuvieron un proyecto nacional claro: una constitución para los argentinos, muerte de los caudillos y modernización mediante capital extranjero y los inmigrantes europeos.

José Luis Romero nos señala, “el liberalismo fue para ellos [la élite dirigente] un sistema de convivencia deseable, pero pareció compatible aquí con una actitud resueltamente conservadora... Había que transformar el país pero desde arriba, sin tolerar que el alud inmigratorio arrancara de las manos patricias el poder. Su propósito fue deslindar lo político de lo económico, acentuando en este último campo el espíritu renovador en tanto se contenía, en el primero, todo intento de evolución”[6].

Este liberalismo en lo económico se vería plasmado en la inmigración, que pasará a ser considerada como fuente de todo desarrollo. Además con la inmigración llegaban los capitales y conjuntamente con las tierras que ya se disponían se daba la perfecta articulación entre los factores de la producción de tierra, capital y trabajo.

La conjunción de estos tres factores era la clave para la modernización del país. Vemos así a los inmigrantes como un factor clave en el “proyecto modernizador” del país, Tulio Halperín Donghi sostiene que a pesar de la constante ambigüedad de métodos y objetivos no logró destruirse el amplio consenso generado en la élite terrateniente[7].

Las élites ilustradas del período se abocaron a resolver básicamente cuatro cuestiones básicas: la organización nacional, la atracción de capitales externos que posibilitaran el desarrollo de formas modernas de producción agropecuaria, la inmigración europea, y la educación universal y obligatoria (ésta última, entendida en los términos de la época).

Este liberalismo en lo económico y conservadurismo en lo político, fue la base de la Constitución Nacional de 1853, en la cual sin duda se puede observar una veta autoritaria al estilo alberdiano pero que coincidía perfectamente con los intereses de la élite política.

El presidente era elegido por un colegio electoral. Estaba autorizado a intervenir en las provincias para proteger al gobierno republicano (la Constitución Nacional planteaba “con requisición de las autoridades provinciales o sin ella”, cuestión muy utilizada por Mitre, Sarmiento y Avellaneda para derrocar a los gobernadores opositores a la unidad nacional) y podía remover las administraciones locales e imponer funcionarios federales. La Constitución Nacional era un instrumento de compromiso entre unitarios y federales.

El fin era reemplazar los gobiernos personales de los caudillos por el “gobierno de las instituciones”. Pero acaso no prevalecieron los personalismos en todos los niveles, la estabilidad política dependió menos de las instituciones que de la personalidad política de ciertos presidentes y, particularmente, de aquellos que encabezaban regímenes considerados fuertes como Mitre, Sarmiento y Avellaneda. Esta cuestión nos trasladará al debate si las instituciones hacen a los hombres o los hombres hacen a las instituciones.


El trato con los inmigrantes

Después de reconocer a grandes rasgos lo que fue el intento de institucionalización del poder es momento de analizar como fue el trato específico a estos inmigrantes, teniendo como marco superposición de autoridad antes mencionada.

La inmigración formaba parte de un proyecto nacional tanto de los liberales argentinos, como de los unitarios y centristas de la provincia de Buenos Aires, los que veían al inmigrante como productor, consumidor, pagador de impuestos, por lo que dirigían sus miradas a Europa en busca de ideas, gente, comercio y capitales necesarios para la modernización del país.

Las líneas generales para el trato a la inmigración las encontramos en las Bases y en la propia Constitución Nacional de 1853, pero la cuestión a investigar es que en muchos casos las autoridades locales no respondían directamente a esas líneas generales. Entre los años 1869-1872 se incrementó de manera gradual, un proceso que tenía sus orígenes en la Confederación de Urquiza, la matanza de ciertos inmigrantes por parte de la población autóctona, sean estos indios o bien gauchos, e incluso trabajadores asalariados.

Sin embargo, uno de los logros del régimen de Urquiza, fue justamente el apoyo activo que concedió a la inmigración, que había sido estimulada con escaso éxito en los años de Rivadavia y que languideció durante los años de Rosas.

Como nos recuerdan Maculay y Bushnell: “La nueva política se resumía en un eslogan ideado por el consejero de Urquiza, Juan Bautista Alberdi, que citaba constantemente ‘gobernar es poblar’. Alberdi formaba parte del selecto grupo de unitarios que había sido recuperado para la política, y que unió su suerte a la de Urquiza, siendo con sus escritos el principal inspirador de la Constitución de 1853. Era de origen provinciano y en muchos sentidos se le podía considerar moderado; pero se trataba de un moderado esencialmente liberal, y por lo tanto compartía el entusiasmo del resto de los liberales latinoamericanos por el progreso económico, y de todo tipo, que esperaban conseguir importando nuevas gentes, nuevas ideas y nuevas actitudes especialmente de los pueblos ilustrados del norte de Europa. Consecuentemente, la Constitución que él inspiró contenía una serie de artículos que estimulaban expresamente la inmigración, cuyo fomento fue incluido entre las obligaciones oficiales del Congreso y del presidente de la Nación”[8].

La guerra con el Paraguay (1865-1870)[9] había diezmado a la población, las requisiciones de hombres para la guerra había generado un gran resentimiento. Mientras “los hombres de las Pampas” iban a la guerra, o tan solo a la frontera, los inmigrantes se convertían en la fuerza de trabajo de los terratenientes, y hasta en propietarios bajo diferentes sistemas que serán analizados más adelante. Es momento de recordar el artículo 21 de la Constitución Nacional con respecto al derecho publico deferido a los extranjeros[10].

En estos años las matanzas se darán en Santa Fe, Sarmiento intentará resolver el problema enviado tropas, pero la real dificultad se encontraba en que la mayoría de los gobiernos locales se mostraban indiferentes ante la necesidad de protección que tenían los inmigrantes. El gobierno central podía intervenir en una emergencia, pero la seguridad del día a día era responsabilidad de las autoridades locales.

Para los inmigrantes la única solución parecía ser la autoayuda. Estos mismos funcionarios locales, eran también los que no respetaban los tratados del gobierno nacional con los grupos indígenas. Los funcionarios locales, al igual que el indígena, y particularmente los de la frontera secuestraban jefes, violaban mujeres y robaban caballos.

En las zonas fronterizas se observan reacciones similares tanto por parte de las autoridades locales como de los indígenas. Los caudillos locales, los jefes de frontera se comportaron con los indios de manera bárbara al igual que estos se comportaron con ellos.

Con el fin de la Guerra del Paraguay, Sarmiento prometió dar mayor prioridad al problema indígena, deseaba civilizar a los indios además de domesticarlos, imponer escuela, policía y la noción de propiedad privada. Todos los estratos sociales de la Argentina veían al indio como ajeno a la nación un vecino detestable y obstáculo para alcanzar el desarrollo económico[11], quizá la única excepción con respecto al indio la encontramos en Lucio V. Mansilla para quien, en su “Una excursión a los indios Ranqueles”[12], el indio era un argentino auténtico tal como el gaucho el prototipo nacional. Y aquí aparece justamente el otro personaje a analizar, por supuesto que nos referimos al gaucho.

El temor hacia el gaucho se ve justificado básicamente en la posibilidad de alianza entre indio y gaucho, que era una posibilidad amenazadora y los colonos comprendieron que si el indio no los mataba lo podía hacer el gaucho. Para este último, unirse a los indios parecía una opción más ventajosa que servir en el servicio militar de la frontera sur (recordar los circuitos de comercio indígena sobre todo relacionado con el sur de Chile)[13].

La asociación entre gaucho e indio tiene un correlato histórico desde la época de Rosas[14], cuando surgió la ley de la vagancia y la papeleta, para el gaucho en aquel tiempo la única opción para no convertirse en mano de obra, era incorporarse y mimetizarse con la vida del indio. Ante todo está presente la opción de la libertad[15].

Hugo Nario afirma en “Tata Dios, el mesías de la última montonera”[16] que: “a la sociedad le había bastado menos de un siglo para destruir un producto social único de la Pampa, original e irrepetible en el mundo: el gaucho. Lo hizo sin dejar de valerse de su pericia como jinete, de su aptitud para combatir y de sus visones política. De su dominio del caballo habría sacado peones aptos. De su coraje, soldados sufridos. De su sentido de la fidelidad, votantes disciplinados” agrega más adelante: “Lo declararon paria en su tierra, un delincuente cuando quería comer, y un vago malentretenido por amar a su modo de libertad”.

Sin duda, con Nario, observamos la aguda critica a la institución Estado y a su incapacidad para incorporar dentro de sus filas y estructuras al habitante más autóctono de las Pampas, el Gaucho (Ver Anexo).

Según Lynch, el gaucho detestaba al extranjero, odiaba a los gringos y estos le respondían con el mismo sentimiento. Además el gaucho era el que afirmaba su independencia frente a toda institución formal[17]. Pero es este mismo gaucho el que se verá sometido a la institución del ejército[18]. Sin duda en esta cita de “Martín Fierro”, aparece uno de los personajes clave al nivel local, nos referimos al Juez de paz, aquel que comanda los intereses locales desde la época de Rosas.

Con Lynch, consideramos al juez como el representante local de la autoridad gubernamental, el agente del estado distante; para la mayoría de sus ciudadanos era “el Estado”. Los gobiernos locales fueron el talón de Aquiles del Nuevo estado que se estaba construyendo. Se verá más adelante que los representantes diplomáticos de la comunidad británica serán los que criticaran fuertemente a los gobiernos locales.

Las raíces de la masacre de Tandil se encontraban en dos condiciones básicas: el desorden de la frontera y el descontento de la población nativa. Dentro de la frontera los inmigrantes podían prever hostilidades provenientes de los dos extremos de la sociedad rural: los terratenientes tradicionales que se resistían a la competencia y los gauchos deseosos de vengarse de sus vecinos más recientes. Si el indio era una amenaza pasajera, el gaucho era un peligro más evidente.


La estructura social de la época





Dentro de esta estructura social, debemos colocar a los inmigrantes y colonos, y al analizar la base económica de los mismos se analizará paralelamente la estructura económica argentina (basada en la tenencia de la tierra y la clase terrateniente) e identificada con el Modelo Agroexportador[19].

Mario Rapoport sostiene que: “cuando la Argentina se incorpora definitivamente al mercado mundial, hacia 1880, el esquema de división internacional del trabajo vigente, basado en los principios del libre cambio, estaba sufriendo transformaciones en cierta importancia. Con uno de sus polos en Gran Bretaña –la gran usina industrial del mundo, principal exportadora de manofacturas y centro financiero y de intercambio de las corrientes de comercio mundiales; a cuyo influjo giraban las otras potencias de la época- y el otro polo en la inmensa mayoría de los países periféricos, que tenían por función proveer de materias primas y alimentos a esas grandes metrópolis”[20].

La forma de promoción de la inmigración más conocida en la época fue mediante acuerdos. Estos acuerdos eran para la colonización en grupos y consistían básicamente en la actuación de un promotor que organizaba la llegada de familias europeas, las asentaba en terrenos públicos y le reembolsaban sus gastos, a plazos, los propios emigrantes[21]. La estructura social se comenzaba a diversificar haciendo base en la inmigración, en fuerzas exógenas, pero dejando de lado las fuerzas endógenas, como el gaucho y los indios locales.

Sostenemos que el inmigrante se encuentra integrado a la estructura económica no solo de hecho (como no se encontraban de la misma manera el gaucho y el indio) sino también de derecho a través de la legislación que favorecía al inmigrante y de la hoja de ruta mayor para la élite política argentina que era la Constitución Nacional.

En este orden de ideas, es recién a partir de 1862, que la inmigración se convirtió en una política de Estado, estableciéndose oficinas en Europa. Desde esta perspectiva tenemos diez años favoreciéndose la inmigración previa al brutal ataque de Tandil.

La masacre de Tandil no ocurrió por casualidad. Llegó en la cúspide del crecimiento económico durante el cual la Argentina multiplico su población, incremento la producción y extendió el comercio más allá de la posibilidad de comprensión de los habitantes del campo e inclusive hasta de la propia dirigencia política. La clave de esta transición fue la provincia de Buenos Aires, base del modelo de exportación de productos agrícolas.

En el período 1840-80, como respuesta a la demanda internacional y las oportunidades que ofrecían las ventajas comparativas, la producción y exportación de lana se convirtieron en la fuente principal de riqueza. Con la expansión de los establecimientos ovinos y el desplazamiento de las estancias con hacienda hacia el sur, la industria pastoril abrió el camino para el primer proceso de acumulación de capital en la Argentina y para una participación más dinámica en el mercado mundial.

Los ciclos económicos de las economías periféricas estaban subordinados a los de los países industriales impidiendo así un manejo propio de los instrumentos económicos y financieros, lo que se ponía de manifiesto en ocasión de las profundas crisis de las balanzas de pago[22]. El subsistema centro - periferia, determinaba ya la inserción de nuestro país, en un intercambio desigual, en donde se necesitaban cada vez más materias primas para comprar la misma cantidad de manofacturas, como símbolo constante del deterioro de los términos de intercambio (Raúl Prebisch).

El crecimiento excepcional de la industria ovina ocurrió en el marco de una economía rural que conservaba las pautas de comportamiento del pasado al nivel interno, entiéndase que la política pública, como se venía haciendo desde Rosas, favorecía a un puñado de terrateniente privilegiados, quitando así mayor competitividad y productividad al sistema; pero determinada por el aumento constante de las importaciones por parte de la potencia hegemónica, es decir, determinada por los términos endógenos del ciclo de crecimiento particular de Gran Bretaña.

Con el incremento del comercio se generó un mercado de tierras, las ventas de tierras entre particulares y los contratos de arrendamiento alternativos se hicieron comunes a medida que los nuevos colonos se instalaban en la Pampa y se preocupaban por maximizar las ganancias.

Los propietarios arrendaban una parte de sus estancias a una familia que cultivaba la tierra con su propio trabajo y liberaba de la carga a los terratenientes de producir granos y alimentos para los peones, que era mucho más costoso.

Se prefería a los extranjeros como arrendatarios y los terratenientes podían confiar en su continuidad pues las levas militares regían solo para los nacidos en la provincia. De esta manera los extranjeros escalaron hasta una posición social de origen medio que les estaba vedada a los nativos, los inmigrantes tenían la posibilidad de llegar a comprar sus propias granjas.

El ejemplo por excelencia al nivel local tandilense, lo constituyen Juan Fugl[23] y Ramón Santamarina, los cuales logran conjugar posición económica y peso social, en parte porque sólo este último se lograba con una buena base económica; a mayor avance económico, mayor influencia social[24].

La cuestión a clarificar es que la estratificación social fue un factor mucho más condicionante de la posibilidad de acceso a una cuota de poder que el país de origen (siempre y cuando sea europeo)[25].

Pero lo que es más significativo de estos inmigrantes instalados en Tandil, ambiciosos del rol político que adquirieron, situación que no es común y más aún, poco repetible al resto de la provincia.

Ambos como inmigrantes y con el apoyo de toda la comunidad inmigratoria (recordar la autoayuda entre los mismos), después de la masacre del ‘72, comenzaron a reclamar ante las autoridades, Fugl llegó a reunirse con autoridades provinciales y nacionales, como consecuencia de este movimiento de reclamo para 1876 las funciones del Juez de Paz fueron reducidas a las judiciales, en tanto que las legislativas recaían en la Corporación Municipal, de la que Fugl formó varias veces parte y el poder ejecutivo lo encontraremos en manos del presidente de dicha corporación. Inclusive encontramos que Santamarina formará parte del gobierno provincial.

Para 1886-1890, con las nuevas leyes orgánicas, los extranjeros irán adquiriendo dif tipo de voto (activo-pasivo), pero aparecerán nvas restricciones, además la incidencia del marco legal sobre la practica efectiva del pod municipal no era tan determinante como podía suponerse.

Así el inmigrante logró ascender en la escala del progreso. Para José Luis Romero, los inmigrantes concentraron sus esfuerzos en la aventura del ascenso individual, o a lo sumo familiar, y la mayoría de ellos obtuvo al menos algún éxito dentro de la “aventura del ascenso”.

Generalmente los que se beneficiaron con la ampliación de la propiedad de la tierra eran los hijos de estancieros y de inmigrantes europeos, cuestión que no sucedía con los peones nativos. Lo que nos permite afirmar que en la Argentina de la época existía un alto grado de movilidad social, Miguez nos dice que en gran medida la amplia movilidad social y la movilidad social ascendente implicó la salida de las mujeres del mercado de trabajo, en tanto que la movilidad intergeneracional parece menos frecuente.

Si la economía comenzó a expandirse por 1840, para 1862 la organización nacional se vio acompañada por un plan de modernización. Este implicaba diversificación, crecimiento por exportaciones, inversión en infraestructura, y aceleración de la inmigración. La inversión necesaria superaba los recursos locales y dependía, fundamentalmente, del ingreso de capital extranjero, en especial el inglés[26].

Mitre en un discurso de 1861, ya en campaña electoral, habla del triunfo pacífico del progreso. Y la fuerza de ese progreso en Argentina, es el capital inglés. Sostiene que desde 1809 quedó sellado el consorcio entre el comercio inglés y la industria rural de Argentina, y que el capital inglés es el gran personaje histórico y anónimo de la vinculación, “... la Inglaterra y el Río de la Plata, nuestra enemiga cuando éramos colonias, nuestra mayor amiga durante la Guerra de la Independencia”.

Coincidiendo con Bernal-Meza comprobamos que “América Hispana fue integrada al sistema “europeo” de relaciones internacionales a través de la colonización española. Pero su integración a la economía internacional sólo se produjo- de manera formal, es decir por vías de acuerdos de comercio, tratados y otros instrumentos- luego de iniciado el proceso de independencia política, a través del comercio con Gran Bretaña”[27].

De forma específica para el caso de nuestro país se produce esta integración como señala Ferns[28], a partir de las invasiones inglesas, las cuales fueron las que inauguraron las relaciones anglo-argentinas[29]. Es desde esta perspectiva que debemos recordar la famosa frase del Canciller Británico Lord Canning, quién ya allá por 1824, sostuvo que: “La América española es libre, y sino cometemos errores, será de Inglaterra”.

Los nuevos capitales debían permitir la modernización productiva y asegurar la implantación de un sistema nacional de transporte que posibilitara la movilización de bienes y personas de acuerdo a la nueva dinámica económica, el comienzo de éste proceso de modernización fue considerado el gran logro de la época.

El ferrocarril es el mejor ejemplo de éste triunfo. A lo largo de veinte años se tendieron 1.250 millones de millas en lo que en palabras de Mitre fue descripto como “el fecundo consorcio entre el capital inglés y el progreso argentino”.

Nos detenemos en este punto del capital inglés y lo relacionamos así con tipo particular de política exterior. Como sostuvimos en un trabajo anterior: “Analizar la política británica no es tarea fácil por dos cuestiones esenciales, primero su política exterior se condice con su política interior, por otro lado la política exterior británica surgió de debates abiertos, en los cuales el pueblo británico mostró una unidad extraordinaria y más aún en tiempos de guerra. Gran Bretaña y su pueblo siempre consideraron a sus instituciones representativas como característicamente propias y a su vez justificaron su política, tanto en el continente europeo como en las periferias, en términos de interés nacional y no en términos de ideología.

Gran Bretaña construyó un tipo específico de Estado, el estado Liberal originado en la economía capitalista mundial. Karl Polanyi buscando una explicación sobre los pilares de la civilización del siglo XIX, había señalado que, el propio estado liberal, punto culminante de la forma política “Estado”, había sido una creación del mercado autorregulado, porque la clave del sistema institucional del siglo XIX se encontraba en las leyes gobernantes de la economía de mercado, que no era otra cosa que la economía mundial capitalista.

El concepto de economía-mundo (Wallerstein), nos identifica al sistema mundial capitalista como una “economía–mundo capitalista” que abarca un único espacio social que se extiende progresivamente y que va incorporando distintas regiones y procesos de producción. Su dinámica de desarrollo, en un proceso de autoinclusión, se refiere a esas fracciones del mundo que se fueron construyendo muy rápidamente sobre una Europa conquistadora.

(...) Gran Bretaña fue la que nos introdujo en esta economía-mundo capitalista y desde ese momento hasta la actualidad conservamos las características de imperializable y dependiente, dos características de las cuales sólo nos podremos librar mediante un desarrollo endógeno pero a la vez participando del proceso histórico que constituye la globalización. Es la única constante histórica que debemos lograr”[30].

En este orden de ideas, a partir de 1862, la inmigración se convirtió en una política nacional (endógenamente surgida, pero como objetivo teniendo el intento de “copiar” el desarrollo de otros, de copiar el desarrollo “exógeno”) y se establecieron oficinas en Europa a pesar que el gobierno no financió el proceso, dejando los pasajes y radicación en manos privadas.

Muchas veces los pasajes eran cubiertos por los propios inmigrantes, recordemos que Romero habla de la baratura de los pasajes, pero también se formaron grupos de acaudalados, muchos de ellos nobles o dedicados a las Relaciones Internacionales, (sobre todo en el caso británico que muchos participaban del Ministerio de Relaciones Exteriores), formaron especies de empresas, justificadas en términos filantrópicos para lucrar con el proceso migratorio.

Proceso que trajo ganancia para ambas partes, para los países receptores porque con ellos supuestamente venía el desarrollo, para las élites políticas de países como Gran Bretaña trajo ganancias porque con la inmigración también venían los capitales con los cuales ganaban enormes dividendos e intereses. A modo de ejemplo, y si bien no pertenece al período de análisis, el primer Banco Central de la República Argentina fue mixto de capitales británicos y nacionales[31]. Durante el período de análisis, la mayoría de los bancos, casualmente los primeros que llegaron al país, eran de origen británico.

El gobierno británico no dejó la emigración totalmente librada a las fuerzas del mercado sino que intervino para proporcionar protección y apoyo. Al promover, por lo menos facilitar la emigración, el gobierno confiaba en aliviar las angustias de los inmigrantes que en su gran mayoría provenían de trasfondos urbanos y no eran victimas primarias de la declinación de la industria rural o de la declinación agrícola (1870-1888) y en la posibilidad de poblar nuevos territorios.

Sus métodos consistieron en entregar pasajes gratis o a precios reducidos, además de concesiones de tierra y herramientas a inmigrantes individuales, sino que también concedió tierras a especuladores que hacían arreglos privados para llevar colonos. Para 1871, se estableció una Comisión de Emigración en Londres equipada con funcionarios públicos y relacionada con el Ministerio de Relaciones Exteriores y con los posibles destinos de los inmigrantes.

Surgieron las colonias agrícolas, que parecían bastante contenedoras para los inmigrantes, pero eran caras por eso el gobierno solía dejar tales empresas en manos privadas, dando lugar así no solo a los especuladores sino a sistemas de contratos de los más variados. Además se daba otra cuestión. Si las colonias agrícolas eran comunidades muy cerradas no se daba la integración con el territorio argentino.

Sarmiento era hostil hacia cualquier acto que contribuyera a crear comunidades extranjero que evitaran que los inmigrantes adquirieran una identidad argentina, manteniéndolos como extraños en su nueva patria. La integración fue la preocupación principal de Sarmiento con respecto al tema de la inmigración, no sólo “gobernar es poblar” sino que plantea la necesidad de “asimilar para poblar”.

Hay que tener en cuenta que el gobierno de la provincia delegaba expresamente en el limitado poder municipal las funciones primordiales de la política colonizadora. Los dos aspectos de esta política, de indiscutible interés nacional: el reparto de tierras fiscales[32] y las condiciones relativas al establecimiento de poblaciones agrícolas, quedaban sujetos al arbitrio de las simples autoridades comunales.

El motivo principal de las leyes de ejidos, no parece haber sido la necesidad de extender o generalizar la práctica del cultivo agrícola, ni de radicar inmigrantes, sino crear el mayor numero posible de centros de población en las extensiones desiertas que facilitaran el avance de la ganadería, la explotación de estancias. Así vemos que el sistema de ejidos fue el elegido para la colonización-urbanización de muchas regiones, pero hay que destacar que si se sancionaban leyes nacionales la aplicación competía a las autoridades locales, pero hasta 1871 no se sancionará ley en la materia y se manejara toda la cuestión mediante decretos específicos.

Este sistema de ejidos es el que permitirá en primera instancia la articulación entre agricultura e inmigrantes, lo que permitirá la mayor colonización de tierras, pero hay que recordar el rol totalmente subsidiario que va tener la agricultura con respecto a la ganadería durante todo el período analizado. La puja agricultura-ganadería se extenderá hasta 1890, y hasta esta fecha las áreas destinadas a la agricultura son constantemente incorporadas a la ganadería.

Los inmigrantes se sentían tentados a radicarse más lejos de lo conveniente en razón de las extensiones desocupadas y el bajo costo de la tierra, ventajas destacadas desde las esferas oficiales. Sus propiedades no fueron una extensión de la frontera sino un amortiguador entre los indios y las estancias. Esta generación de colonos carecía de todo sentido de pertenencia.

Todo parece indicarnos que en lugar de apuntar al carácter capitalista de la economía, sería más apropiado quizás hablar de sistemas de acumulación de excedentes; cuyo dinamismo, por la propia inserción en un sistema-mundo de mercado ya capitalista, sólo permitió la consolidación de una clase dominante y la fragmentación del resto de la estructura social, pero a la vez la consolidación de una importante fuente de recursos fiscales que hará viable la expansión del Estado sobre regiones despobladas y aún no conquistadas, pero también indicador de la propia hipertrofía endógena del Estado para avanzar sobre estas tierras. Para su concreción habrá que esperar a la posterior Campaña del Desierto, con base en los beneficios fiscales ya obtenidos anteriormente, encarada por Julio Argentino Roca[33].


Las fronteras en expansión





La muerte en la frontera fue el destino de muchos inmigrantes. La mayoría de los inmigrantes asesinados fueron de origen italiano e inglés, pero fue el gobierno inglés el que se dedicó a reclamar duramente ante las autoridades nacionales, hiriendo, a veces duramente, la idiosincrasia argentina. La sensación de indignación británica se colocó en las protestas oficiales.

El cónsul inglés en Buenos Aires, Frank Parish[34], presentó en primera instancia una queja al gobierno provincial, la masacre en Tandil fue la gota que rebalsó el baso; la magnitud de la misma causó gran impresión en la prensa no sólo local, sino también en la internacional, numerosos artículos escritos en inglés relataban los hechos, la noticia corrió y la indignación británica creció proporcionalmente al alto grado de difusión de la noticia.

La presentación de queja de Parish generó un amplio escozor en Buenos Aires y este debió aguardar dos meses para recibir respuesta. Posteriormente se le dijo que no tenía ninguna participación en la cuestión, ni derecho alguno de presentar protestas oficiales al gobierno provincial, si quería mayor información sobre la masacre debía manejarse con la prensa. Parish no podía creer en el tipo de respuesta que había recibido, que sumada a la “indiferencia internacional por parte del gobierno provincial”, tocaron el interés nacional británico. “Los crímenes de ciudadanos británicos en el extranjero generan sentimientos de interés nacional y exigen reparación”.

La respuesta argentina sometió a Parish a un debate pesado sobre la soberanía y los derechos provinciales pero llegó a la misma conclusión: el cónsul no tenía derechos a exigir información, y de cualquier modo la única que podía darla era la Corte de Justicia. Ante el análisis de la situación Parish dirigió todos sus esfuerzos al Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina.

Tandil, ya era sin duda, una herida amarga en los funcionarios argentinos; y Parish con su accionar había elevado a rango diplomático algo que era critica corriente en la Argentina: la falta di investigación sobre los crímenes y la no predisposición de las autoridades argentinas a proporcionar información en base a pruebas sólidas.

Así, la cuestión escalo en la jerarquía política y diplomática. El encargado de negocios británico, Hugh Guion MacDonell[35], no tardó en visitar a Carlos Tejedor[36], Ministro de Relaciones Exteriores. MacDonell exigió que se utilizará el caso de la matanza en Tandil para dar un castigo ejemplificador, y no se inmutó ante las acusaciones de estar interfiriendo en los asuntos de un estado soberano.

La respuesta de Tejedor ante el reclamo no se hizo esperar, esta se basaba en tres pilares:

1- Negaba que los extranjeros estuvieran expuestos a mayores peligros que los nativos y no tenían derechos a dirigirse al gobierno sobre asuntos relacionados con la administración interna

2- los extranjeros debían aceptar las leyes y procedimientos argentinos, que eran muy liberales hacia los extranjeros

3- No se justificaba que los extranjeros tomaran medidas de defensa propia contra los indios pues debían confiar en la seguridad que otorgaba el gobierno provincia

La opinión británica de Buenos Aires consideró que la respuesta de Tejedor a MacDonell no respetaba el artículo 14 de la Constitución Nacional que garantizaba a todos los habitantes el derecho de peticionar a las autoridades. De esta manera surgió la concepción que Tejedor protegía a los indios y no a los colonos, la ley respetaba más al asesino que la víctima. “Qué vacía estaría la República sin residentes ingleses, capitales ingleses, empresas inglesas, la industria inglesa y la buena voluntad de los ingleses aquí y en el extranjero”.

Pero a pesar de esta afirmación de The Standard en 1872, la respuesta de Tejedor puso de manifiesto que el gobierno británico tenía poco poder sobre la Argentina, fuera de interrumpir el comercio y las inversiones, y además que no existía ninguna intención de hacer tal cosa (en el plano político, la posición británica era firmemente no intervencionista desde 1846, la diplomacia de la cañonera no había sido una opción de las Relaciones anglo-argentinas. Ya se había pasado, sin lugar a dudas, de una diplomacia política a una comercial).

El gobierno británico consultó al consejero legal de la Corona acerca de una posible compensación por los crímenes cometidos en Tandil, pero la decisión final fue que si no había existido negligencia por parte de las autoridades, el gobierno británico no podía hacer nada. La verdad es que no se estudió la posibilidad de compensación alguna y el Ministerio de Relaciones Exteriores británico pareció esperar que el asunto cayera por sí mismo en el olvido.

El que no olvidará prontamente será el Ministro de Relaciones Exteriores argentino, “sabemos que necesitamos el capital y la inmigración extranjera para alcanzar el progreso pronto, pero hay algo más importante: nuestra convicción acerca de nuestros derechos”. El gobierno argentino consideraba que “los crímenes eran ataques a la ley, y como el gobierno representaba la ley, también eran ataques al gobierno”.

Es momento de analizar dos cuestiones. La primera es ver como sentían a ese gobierno los que se encargaron de la matanza, y la segunda cuestión es tratar de conocer cual era la visión del gobierno de Sarmiento sobre la política desarrollada por Gran Bretaña.

Para analizar la relación entre asesinos y gobierno, introducimos el concepto de mesianismo. Numerosa es la bibliografía que identifica la protagonista de la matanza, Tata Dios, que el movimiento mesiánico.

Hugo Nario, en su libro “Los crímenes de Tandil, 1872”[37] nos dice que el mesianismo es un fenómeno político-social que se traduce en movimiento popular que atribuyen a algún personaje, presente o futuro, el poder de satisfacer por la fuerza de su genio los sueños de felicidad o de gloria de un sector social, y si se recuerda asimismo que los mesías religiosos o políticos nacen en el seno de pueblos desdichados, en tiempos de derrotas o presiones extranjeras (siguiendo al antropólogo francés Alfred Metraux) y encontrándose a punto de perder sus tradiciones y sus costumbres.

La situación antes descripta puede asociarse al panorama en el cual el campo económico les quedó chico a las promociones para extranjeros y se desbordaron hacia la conquista del poder político al tiempo que se infiltraban en el campo del prestigio social de la época, haciendo de la colisión, un choque inminente e inevitable.

Las argumentaciones de tipo apostólicas que les fueron impartidas a los gauchos, se entienden es un contexto de perdida de tradiciones y costumbres propias. También a partir de una integración a medias al sistema productivo por su parte, y una rápida integración y reconocimiento por parte de las autoridades de los distintos niveles estaduales hacia los inmigrantes.

La cuestión del mesianismo fue reflejada en la prensa. La Republica, afirmó que “la política se ha saturado de fanatismo. Religión y política han caído en una triste degeneración”[38]. También la cuestión sería aprovechada para criticar el rol de la Iglesia Católica por La Tribuna[39], El Nacional[40]. Sólo el diario La Nación, descartó las razones religiosas a favor de las sociológicas[41] (debemos recordar aquí que La Nación era el diario de Mitre y éste era un masón).

Con respecto a la segunda cuestión, se debe destacar que el paso de la presidencia de Mitre a la de Sarmiento implico un cambio significativo con respecto a las relaciones con Gran Bretaña. Mitre era un anglófilo reconocido, un europeista innato[42], en tanto que el gobierno de Sarmiento (más admirador de Estados Unidos que de Gran Bretaña)[43] incluía una cantidad de ministros que miraban con recelo la hegemonía británica.

MacDonell estaba convencido que “había un creciente espíritu antagónico en la actitud de las autoridades argentinas hacia los extranjeros (recordemos que esta actitud de hostigamiento tampoco no cesaba en los estratos más bajos, sobre todo entre gauchos y británico). El gobierno británico diferenciaba entre los diferentes tipos de prejuicios”.

Padecidos por los británicos en el extranjero, y cada tipo requería un grado diferente de presión sobre el gobierno argentino, las presiones y exigencias británicas irritaban cada vez más las susceptibilidades nacionales. El ministro Tejedor se encontraba profundamente comprometido con la “organización nacional” e iba a la cabeza en la defensa del nuevo estado contra la interferencia extranjera.

Con Lynch, observamos más que “un sentimiento transparente de enemistad, uno de animosidad” hacia los británicos expresados en los círculos oficiales y a lo largo de todo el país. Ante esta situación de confrontación, el autor sostiene que Argentina corría el riesgo de perder el respeto de las demás naciones europeas y ello afectaría tanto el comercio cuanto la inmigración.

Si la Argentina pretendía mantener buenas relaciones, el gobierno “haría bien” en arbitrar los medios para proteger a los colonos extranjero, de lo contrario el gobierno británico haría mala propaganda a la radicación de inmigrantes en Argentina.

El punto de vista británico era que los argentinos resentían los privilegios de los extranjeros y los riesgos eran elevados. “Los extranjeros eran siempre los primeros en padecer exacciones y requisitorias cuando había revueltas, tanto de parte del gobierno cuanto de los rebeldes; los nativos, por lo menos, pertenecían a uno de los dos bandos”. Irónicamente podría decirse que la inmigración y sus consecuencias sumaron su aporte al crecimiento del nacionalismo argentino.

No hubo ministro o institución gubernamental que no hiciera algún comentario sobre la actitud británica. Los reclamos diplomáticos de Gran Bretaña pusieron de manifiesto que la debilidad de la autoridad central resultaba letal para el control social efectivo. Tandil no era sino el ejemplo más reciente y de mayor magnitud hasta el momento de la incapacidad del gobierno central para influir sobre el provincial y del gobierno provincial para imponerse sobre sus representantes locales.

La debilidad se trasladó a otros campos. Gran Bretaña aportó más inversión que inmigrantes al desarrollo argentino. La Argentina se comprometió a dar garantías al capital y a los colonos, pero era evidente que los segundos resultaban menos prioritarios, y además, era más difícil protegerlos. Los funcionarios británicos se veían embarcados en conflicto con las autoridades argentinas en un momento en que los intereses de la diplomacia comercial requería una actitud conciliatoria.

La Argentina apenas sabía como proteger capitales, pero sin duda no sabía como proteger inmigrantes, y lo que le costaba más aún era tener y una actitud conciliadora. El gobierno nacional tenía sus tiempos específicos de respuesta y ni siquiera podía administración inmediatamente la justicia en razón del sistema federal, obstáculo que a veces se usaba como excusa para la inacción.

En síntesis, al nivel de sus implicancias políticas, la masacre de Tandil no fue un hecho o acontecimiento aislado, fue un punto en la tendencia crónica que tenía la violencia por aquellos tiempos, que puso de relieve la debilidad de la estructura de poder y del sistema de gobierno que se aplicaba en la Argentina. Con respectos a los reclamos británicos, la desilusión de la en aquel momento potencia hegemónica se había iniciado años antes y aún continuaría durante algún tiempo.

La cuestión a tomar en cuenta como se ha visto es el clima desestabilizador que Gran Bretaña creaba con sus reclamos y con su rol diplomático. En Argentina no había estabilidad, pero Gran Bretaña no contribuía para nada en la creación de esa estabilidad, quizá porque todavía estaban presente las palabras de Palmerston, el cual estaba convencido que países como China, Portugal o las Repúblicas de América del Sur necesitaban una reprimenda cada 8 o 10 años para conservar el orden. Por eso quizá los banqueros ingleses solicitaron la protección de la diplomacia del cañón en el momento de la Revolución Mitrista de 1874, donde existía la urgencia de reestablecer la ley y el orden.

Andrew Graham-Yooll en “Pequeñas guerras británicas en América Latina”[44] nos recuerda que “la simple amenaza del empleo del poder naval y la presión comercial en todo el mundo fue el arma preferida y más barata del Imperio británico. (...) Cuando una señal de irritación no bastaba, la presencia se una cañonera era suficiente para hacer que el descarriado se arrepintiera de la molestia causada”.

Es posible encontrar una línea de continuidad en la política británica para con las naciones de América. Latina, pero por cuestión de desarrollo sólo se analizará brevemente el caso argentino. “Durante el período inmediato a los primeros intentos independentistas los gobiernos británicos presupusieron erróneamente que los sudamericanos estaban complacidos con una eventual presencia británica y, por ejemplo en el caso argentino, con una presencia real (las famosas invasiones); que no cuestionarían los términos bajo los cuales habían sido invadidos, porque preferían esta presencia al yugo español”.

La simple realidad nos indica que los ingleses estaban equivocados. ¿Quién puede negar el hecho de la defensa por el pueblo autoconvocado? Es probable que el tiempo histórico de las invasiones inglesas estuviera agotado antes de su inicio. El hecho de planear tantos proyectos y no llevarlos acabo o supeditarlos a otros más importantes agotó el proyecto de las invasiones inglesas en sí mismo. Ahora solo cabe preguntarse si Inglaterra hizo bien los cálculos de poder y si hizo bien al darle primacía o prioridad a las cuestiones intraeuropeas, cuando ella estaba inmiscuida en un proceso revolucionario en materia sobre todo económica, quién puede negar la ya iniciada Revolución Industrial y el incipiente Capitalismo inglés[45].

Y teniendo en cuenta desde una perspectiva marxista que la estructura determina la superestructura se puede sostener entonces que la política inglesa, y porque no también hasta la cultura inglesa estaban determinadas por esa estructura económica en formación que era el ya incipiente Capitalismo.

Inglaterra intentaba ir en contra de su estructura a través de su superestructura pero a su vez está estaba determinada por la primera. Debemos preguntarnos porque Inglaterra intento retardar un proceso que con posterioridad se transformará en una constante histórica: Todo aquel país que se está convirtiendo en “Hegemónico” de alguna u otra manera se ve obligado a lanzarse al “Imperialismo”. Y esta Hegemonía comienza en cuestiones económicas, o sea en la estructura, que por lo tanto determina la superestructura y dentro de su variable política: el Imperialismo”[46].

Estas conclusiones deben trasladarse a todo el período de la hegemonía británica. En primer lugar siempre supedito sus actuaciones, a lo que estaba sucediendo en el escenario europeo. Si encontraba complicaciones en el escenario europeo la presencia inglesa disminuía, si el escenario europeo se encontraba calmo, la presencia europea crecía de manera proporcional en otras regiones. Para Argentina no significaba lo mismo, un alto o un bajo grado de presencia. Argentina era un país subdesarrollado y dependiente.

Gran Bretaña estaba comprometida en el desarrollo argentino (recordemos las palabras de Mitre en referencia al capital inglés), al menos para la idiosincrasia de un amplio espectro de la élite política, mayor dependencia que esta es imposible encontrar. Todas estas conclusiones nos llevan a sostener que Gran Bretaña no tuvo una preferencia específica por Argentina, solo aplicó política imperialista. Gran Bretaña exportó capital e inmigrantes porque su propia estructura la condicionaba.

Recordemos que cuando uno se desarrolla dentro del sistema internacional, paralelamente crecen las implicancias para con el mismo sistema o estructura del sistema. La estructura va a afectar la conducta dentro del sistema. La estructura es siempre definida por los actores más importantes del sistema, y Gran Bretaña durante casi todo el siglo XIX fue el actor más importante del sistema, por esto mismo definió la estructura sobre la que iba a actuar. Gran Bretaña como la potencia hegemónica del sistema intentó poner orden, porque las potencias son las que imponen el orden en el sistema.

No debemos entonces juzgar la actitud británica en términos éticos y morales, porque el sistema no puede ni debe ser juzgado en esos términos. La actitud de Gran Bretaña fue inherente a su rol de potencia, la actitud argentina fue inherente al de un país dependiente.

Los visos de dependencia están a la vista del simple observador en el gobierno de Mitre, en tanto que en el gobierno de Sarmiento estos visos, son matizados por ciertos reclamos de autonomía de los ministros (sobre todo los de Tejedor) y en menor medida de Sarmiento, aunque este último si bien no buscaba autonomía en las relaciones, al menos reconocía el atroz grado de dependencia que se generaría con la llegada de los inmigrantes, pero sobre todo cuando estos inmigrantes ascendieran en la escala social y reclamaran mayor participación política. Sarmiento advirtió a los padres argentinos que serían testigos del descenso social de sus hijos cuando los extranjeros ambiciosos emplearan su talento superior para prosperar y gobernar.



Conclusiones



La matanza de los inmigrantes en Tandil es el hecho que nos ha permitido la caracterización de todo una época y de todo el trato social que se dio hacia los inmigrantes. Al analizar las características del período nos damos cuenta que el choque, fue lógico, lo que no implica que fuera justificable.

El conflicto fue el resultado de un proceso de aceptación del inmigrante y de rechazo de los de los habitantes autóctonos de la región. Es cierto que había escasez de población, lo que implicaba ausencia de mano de obra y de consumidores, pero también es cierto que no se construyeron los mecanismos sociales necesarios para la integración de estos elementos autóctonos como el indio y el gaucho, que directamente fueron rechazados por la sociedad toda.

Para José Luis Romero, la sociedad argentina es una sociedad aluvional, constituida por sedimentación, en la que los extranjeros aparecían en todas partes, sin duda esta afirmación, puede ser real, pero también sin duda se olvida, o mejor dicho corta de raíz, el posible rol que podrían haber tenido los gauchos e indios en la constitución de la sociedad argentina.

El proceso inmigratorio también generó una importante contradicción, constituyo en sí mismo una forma de choque externo, que estimuló reacciones nacionalistas por parte de la sociedad, e incluso en el estrato perteneciente a la élite gobernante que tanto la había favorecido. Estas reacciones demostraron que el programa de desarrollo plasmado en la Constitución Nacional había fracasado.

Para Lynch la masacre de Tandil debilitó la imagen de una nación en crecimiento, advirtió que los asesinos se mantenían activos en el sur de las pampas y que el peligro, para los inmigrantes, no se limitaba a los invasores indios sino a los enemigos dentro del estado argentino, aún no se había consolidado. Pero también demostraron que la estructuración de un verdadero poder federal no se había logrado.

En Argentina había una estructura de poder con mecanismos contradictorios, no al nivel de derecho, dado que dicha estructuración se encontraba en la Constitución Nacional, pero en los hechos, los mecanismos reales se contradecían, aún permanecían el clientelismo y caudillismos regionales y locales.

En la Argentina había dos niveles de gobierno, el federal y el local; dos puntos de mira, Buenos Aires y las provincias. Los agentes británicos se dirigían al gobierno central y discutían, disputaban, con políticos educados que se comportaban con corrección. Para los inmigrantes, la realidad era una vida en el desierto bajo la jurisdicción de funcionarios locales que solían ser ignorantes, corruptos e indiferentes. En este nivel las quejas británicas ni siquiera eran oídas.

“La masacre de Tandil debilitó la imagen de una nación en crecimiento; advirtió que los asesinos se mantenían activos en el sur de las pampas y que el peligro, para los inmigrantes, no se limitaba a los invasores indios sino a los enemigos dentro del Estado argentino, cuya autoridad aún no se había consolidado”[47].

Al aceptar que la idea de formación de un Estado es un proceso gradual de adquisición de atributos de dominación política, observamos en el caso de estudio que las determinantes sociales de dicho proceso, obstaculizaron el desarrollo del mismo y aumentaron el caos propio de otras variables de índole netamente económica o política.

La masacre de Tandil indica fracaso, un fracaso de Estado. Fracaso en la institucionalización de la autoridad, en la diferenciación de su control, en la internacionalización de una identidad colectiva[48], la pregunta es si era posible internalizar una identidad colectiva dejando de lado al indio y al gaucho, e incluso fracaso en la capacidad de externalizar su poder, se plantea aquí si era una unidad realmente soberana. Indica el fracaso de no haber podido lograr en su máxima expresión una realización social y un aparato institucional, lo que para Oscar Oszlack es la definición de un verdadero Estado[49].


FUENTE: ( http://www.eumed.net)